El 30 de marzo de hace 150 años nació Umberto Benigni (1862-1934),
el sacerdote fundador de la Liga
de San Pío V o Sodalitium Pianum, la célebre Sapinière (en
francés, el abetal), que siguió el rastro del modernismo por toda Europa.
La advertencia del español Merry del Val
Esta herejía inquietaba a las mentes más clarividentes de la
Iglesia. “Está haciendo un daño incalculable, destruyendo la fe a derecha e
izquierda, y no me sorprendería nada que, más pronto o más tarde, el Santo
Padre deba denunciarla”, escribía en 1906 Rafael Merry del Val, secretario de Estado de San Pío X.
Así fue. Lo hizo en 1907, con la encíclica Pascendi y el
decreto Lamentabili,
elenco de sus 65 errores principales, y en 1910 obligando a todos los
sacerdotes a prestar el juramento
antimodernista en el momento de su ordenación.
El modernismo era claro en su esencia: la fe no es un
asentimiento del hombre a la Revelación, sino una expresión subjetiva del
sentimiento religioso; y evoluciona con él, pudiendo revestir expresiones
contradictorias a lo largo de los siglos.
Allí donde la herejía se manifestó con esta claridad, no fue
difícil extirparla. El problema se presentaba en artículos, libros o
asociaciones donde tales
ideas, en forma ambigua y evanescente, envenenaban la exégesis, la liturgia o
la teología espiritual.
Una tarea ingrata, pero necesaria
Había que detectar y denunciar esto. Una tarea que asumió sobre
sus espaldas monseñor Benigni, director de diversas publicaciones católicas,
defensor del Papado frente al expolio de los Estados Pontificios y enemigo declarado de la
masonería.
Tan erudito
y políglota como incansable trabajador, tras enseñar
Historia de la Iglesia en el Seminario Vaticano y en la Academia de Nobles
Eclesiásticos (la escuela diplomática de la Santa Sede), a finales de siglo se
incorporó a la Biblioteca Vaticana.
León XIII le nombró en 1902
consultor de la comisión histórico-litúrgica, y San Pío X en 1906
subsecretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, es
decir, el número
cinco de la Secretaría de Estado.
Pero a la Historia ha pasado por crear en 1909 el Sodalitium
Pianum, una red internacional compuesta por un centenar de sacerdotes, religiosos
y laicos (35 están identificados) que recurrían a métodos
propios de los servicios de inteligencia, como el cifrado de mensajes, para
alertar a las congregaciones romanas de las actividades subrepticias de los
círculos modernistas y sus redes intangibles de ayuda mutua.
La Sapinière alimentó
prensa anti-modernista en todos los idiomas y países de Europa.
Y tuvo enemigos tanto eclesiásticos como políticos, en particular un ministro
de la Tercera República Francesa como fue el radical-socialista Aristide Briand.
¿Sociedad secreta?
Su labor más polémica consistió en identificar focos inaparentes
de la herejía, establecer conexiones entre sus sostenedores, y hacer llegar a
Roma informes que
ayudasen a los dicasterios y a los obispos en su labor vigilante,
evitando que los modernistas ocupasen puestos de relevancia en seminarios y
universidades católicas.
No puede hablarse de sociedad secreta, pues el cardenal Gaetano De Lai,
secretario de la Congregación del Consistorio (hoy de los Obispos), estaba al
tanto de sus actividades e informaba de ellas al Papa.
Eso sí, sus miembros no eran conocidos públicamente, para
“garantizar su libertad de acción y prevenir
reacciones y oposiciones”, según explicó el relator
de la causa de canonización de San Pío X, el franciscano Francesco Antonelli.
Que el pontífice alentaba la labor de monseñor Benigni está
documentado. Aun si quisiéramos considerar protocolarias las tres bendiciones
autógrafas a la Sapinière que se conservan, también se sabe que lo subvencionó con mil liras
anuales.
Los errores, y el final
Ese apoyo genérico no le hace responsable de algunos errores y excesos que cometió Benigni
en sus denuncias. En 1911 se apartó de la Secretaría de Estado
para evitar confusiones entre la diplomacia vaticana y los riesgos que
implicaba su labor de contra-espionaje. No salió por la puerta falsa, sino con
un cargo honorífico creado por San Pío X exclusivamente para él.
La prueba del nueve del apoyo pontificio es que el Sodalitium se
autodisolvió a la muerte del Papa Sarto en 1914, aunque en 1915 decidió volver
a la brega. Benedicto
XV no se opuso, pero su influencia empezó a languidecer,
hasta que en 1921 el cardenal Raffaele
Sbarretti, prefecto de la Congregación del Concilio (hoy del
Clero), lo disolvió.
Benigni se fue quedando solo, mas no abandonó la lucha que daba
sentido a su vida. Derrotado en apariencia el modernismo y resuelta la cuestión
romana con los Pactos de Letrán, mantuvo
por su cuenta el frente contra sus otros enemigos: la
masonería, el catolicismo liberal y la democracia cristiana.
Y si bien coqueteó con el fascismo, nunca se dejó deslumbrar por
ese “nacionalismo pagano”
contra el que se había alzado asimismo en su punto undécimo el Programa del
Sodalitium Pianum.
“De temperamento batallador y violento”, dice la Positio de
canonización de San Pío X al enjuiciar a Benigni, “y amargado tras el naufragio
de su actividad, sus invectivas y polémicas fueron a veces desagradables. Eso no quita que tenga sus méritos y
haya querido servir a la Iglesia”.
Faltaría más. La sirvió en el puesto más ingrato, aquel que
roba la fama mundana y, pasado un tiempo, todos prefieren aparentar que no
existió.
Artículo publicado en su día en el semanario Alba.
En esta actividad tan ingrata que muchos hombres de Iglesia tuvo que enfrentarse encarnizadamente a las huestes de la masonería oculta y subrepticia ... y que hasta hoy se lucha, aunque hay que decir verdad, el lado malo esta ganando ya muchas batallas... pero al final Cristo vence.